Los libros infantiles prohibidos por la dictadura militar en Argentina
Si
bien las prohibiciones se instalaron en todos los frentes, hubo un espacio que
el ojo del censor vigiló con firmeza: el de la literatura infantil. Los
militares se sentían en la obligación moral de preservar a la niñez de aquellos
libros que —a su entender— ponían en cuestión valores sagrados como la familia,
la religión o la patria. Gran parte de ese control era ejercido a través de la
escuela, tal como demuestran las instrucciones de la "Operación
Claridad" (firmadas por el jefe del Estado Mayor del Ejército,
Roberto Viola), ideadas para detectar y secuestrar bibliografía marxista e
identificar a los docentes que aconsejaban libros subversivos.
La
Torre de Cubos: Copias a mimeógrafo
Del
análisis de la obra La Torre de Cubos se desprenden graves falencias
tales como simbología confusa, cuestionamientos ideológicos-sociales, objetivos
no adecuados al hecho estético, ilimitada fantasía, carencia de estímulos
espirituales y trascendentes. Entre otros argumentos se aduce que el libro
critica "la organización del trabajo, la propiedad privada y el principio
de autoridad".
"La Torre de Cubos se
prohibió primero en la provincia de Santa Fe, después siguió la provincia de
Buenos Aires, Mendoza y la zona del Sur, hasta que se hizo decreto nacional. A
partir de ahí la pasé bastante mal. Porque no se trataba de una cuestión de
prestigio académico o de que el libro estuviera o no en las librerías. Uno
tenía un Falcon verde en la puerta. Yo vivía en Córdoba y más de una vez tuve
que dormir afuera. Finalmente nos vinimos con mi marido a Buenos Aires en busca
de trabajo y anonimato. Durante todo ese período quise publicar y no
pude."
"Maravillosamente el libro
siguió circulando pero sin mi nombre: era incluido en antologías, los maestros
hacían copias a mimeógrafo y se los daban para leer a los alumnos
"Yo trabajaba en un
profesorado al que un colega entró como observador de mis clases. Hizo ciertas
objeciones y, para concluir, sacó de la biblioteca libros de Cortázar, de
Piaget, de gramática estructural y de matemática moderna."
Laura
Devetach, escritora
Un
elefante ocupa mucho espacio: Prohibidas las huelgas
Un
elefante ocupa mucho espacio, el libro de Elsa Bornemann, fu prohibido en la
Argentina por relatar una huelga de animales. El decreto, fechado el 13 de
octubre de 1977, incluía también a El nacimiento, los niños y el amor, de
Agnés Rosenstiehl, editado —junto al de Bornemann— por Librerías Fausto.
Señalaba
el decreto militar: "En ambos casos se trata de cuentos destinados al
público infantil, con una finalidad de adoctrinamiento que resulta preparatoria
a la tarea de captación ideológica del accionar subversivo (...) De su
análisis surge una posición que agravia a la moral, a la Iglesia, a la familia,
al ser humano y a la sociedad que éste compone."
"Por
extensión arbitraria del mismo tuve vedado el acceso a todo establecimiento de
educación pública (de cualquier lugar de la Argentina y de cualquier nivel)
hasta que terminó la dictadura."
Elsa
Bornemann, escritora.
La
ultrabomba: Literatura sin prejuicios
En El
pueblo que no quería ser gris, la gente se opone a la decisión del rey de
pintar todas las casas de un mismo color y empieza a teñirlas de rojo, azul y
blanco mientras que en La ultrabomba, un piloto se niega a cumplir la
orden de arrojar una bomba. Ambos fueron prohibidos por el decreto N° 1888, del
3 de septiembre de 1976.
"Un
día venía caminando por la calle Matienzo y vi que estaban haciendo un
allanamiento. Yo —de prepotente y de odio que tenía— miré fijo al militar. El
tipo me mandó un soldado con un arma que me abrió el bolso y encontró tres
libros. Me dijo: —Ahá, cuántos libros tenés vos, pibe. —Yo me había olvidado
que los llevaba, de lo contrario no hubiera mirado fijo al militar. El
soldadito se detuvo en una foto de Marx que aparecía en un catálogo y en una
del Che Guevara. —Qué cosas jodidas tenés, pibe —me encaró justo cuando lo
llamaron por el handy. —Esta vez zafaste, pero dejate de embromar con esas
cosas jodidas —repitió. Ese era el clima que se vivía: tener un libro era
peligroso."
Augusto
Bianco, editor y traductor
De
la Flor: A disposición del Poder Ejecutivo
Cinco
dedos es un libro infantil -escrito en Berlín Occidental- en el que una
mano verde persigue a los dedos de una roja que, paa defenderse y vencer, se
une y forma un puño colorado. El cuento fue prohibido el 8 de febrero de 1977
—según la fecha del Boletín Oficial— por tener "finalidad de
adoctrinamiento que resulta preparatoria a la tarea de captación ideológica,
propia del accionar subversivo".
La
orden de censura fue transmitida por radio y, poco después, un decreto disponía
el arresto de los editores Daniel Divinsky y Kuki Miler, que estuvieron 127
días detenidos a disposición del Poder Ejecutivo. Estaban todavía en prisión
cuando también fue prohibido Ganarse la muerte, de Griselda Gambaro, otro
de los libros de su sello.
"Un
ejemplar de Cinco dedos fue comprado por la esposa de un coronel de
Neuquén, que cuando vio el libro que tenían sus hijos se horrorizó. Una de las
cosas que le había molestado era que la mano derrotada fuera verde, el color
del uniforme de fajina del Ejército Nacional. De ahí surgió la
prohibición."
Daniel
Divinsky, responsable de Ediciones de la Flor
Centro
Editor de América Latina: Libros que ardieron durante días
"Más
libros para más" era la consigna del Centro Editor de América Latina,
Ceal, el sello fundado por Boris Spivacow que repartió cantidad y calidad a
través de colecciones memorables como Capítulo, Historia del
movimiento obrero, Biblioteca Política Argentina, La historia popular, Cuentos
del Chiribitil, Siglomundo, Nueva Enciclopedia del Mundo Joven y Transformaciones,
entre centenares de entregas en fascículos o volúmenes económicos.
"El
30 de agosto de 1980 la policía bonaerense quemó en un baldío de Sarandí un
millón y medio de ejemplares del sello, retirados de los depósitos por orden
del juez federal de La Plata Héctor Gustavo de la Serna. Fueron llevados a la
fuerza dos testigos para que presenciaran y fotografiaran la pira. El objetivo
era demostrar que nadie se robaba libros. Para qué andar con rodeos: lisa y
llanamente se prendía fuego.
"Al
principio tuvimos mucho miedo; yo, cada vez que me iba para el Ceal, le decía a
mi vecina de arriba que si a determinada hora no volvía se llevara a mis tres
hijos a la casa de mi mamá. Pero, a la vez, nos acostumbramos a trabajar en ese
contexto de terror. El escritorio donde yo me sentaba —por ejemplo— tenía un
agujero, que fue dejado por el impacto de una de las bombas que tiraron a la
editorial, y yo apoyaba los papeles al lado. De repente llamaban de un
depósito, nos avisaban que había habido un allanamiento y que venían para la
redacción. Nosotros nos preparábamos, tirábamos carpetas, escondíamos agendas
en el jardín, incinerábamos papeles. Les decíamos a los vecinos que íbamos a
hacer un asado y quemábamos papeles en la bañera, que quedaba negra del
humo."
"También
las bañeras de nuestras casas estaban negras. Yo rompí y quemé muchos libros, y
fue una de las cosas de las que nunca me pude recuperar. Lo hacía y lloraba
porque no quería que mis hijos me vieran, porque no quería que lo contaran en
la escuela, porque no quería que supieran que su madre era capaz de romper
libros... Porque sentía mucha vergüenza."
Graciela
Cabal, escritora.
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