La
última dictadura militar produjo huellas profundas en el sistema educativo. A
pesar de no haber desarrollado un proyecto educativo sistemático y orgánico, su
impacto en la vida cotidiana de las instituciones, y en el funcionamiento
regular del sistema educativo es innegable.
En
este trabajo presentaremos algunas de las políticas educativas puestas en
marcha durante el período 1976 – 1983.
Como
denominador común, estas políticas persiguieron ejercer un control pleno sobre
los actores y las instituciones. Este control fue ideológico, pero también fue
un control del comportamiento y de las relaciones cotidianas entre los actores
escolares.
Por
otra parte, estas políticas se articularon con elementos que ya se encontraban
presentes en el dispositivo escolar construido durante un siglo. El ejercicio
arbitrario de la autoridad, la vigilancia sobre el comportamiento y el
pensamiento de alumnos y docentes, la ritualización y la burocratización de la
enseñanza, fueron algunos de los elementos que la dictadura enfatizó en las
escuelas pero que ya formaba parte de muchas de ellas.
Comprender
este fenómeno nos debería permitir abrir interrogantes sobre cuáles son los
aspectos de ese dispositivo escolar que aún persisten en la vida cotidiana de
las escuelas.
El
control sobre el sistema educativo
Una
de las preocupaciones iniciales del gobierno militar en materia educativa fue
ejercer un control pleno sobre el sistema educativo. Dos días después del golpe
de estado del 24 de marzo de 1976, el delegado militar ante el Ministerio de
Cultura y Educación, Contraalmirante César Guzzetti, designaba delegados
militares en todas las direcciones nacionales y generales del ministerio1.
Esta
resolución revelaba la preocupación inmediata de la Junta Militar por tomar el
control del aparato burocrático educativo. La nómina de designaciones indica
que no se trató de una ocupación estratégica de algunas áreas relacionadas con
la gestión de las escuelas o las universidades, sino de un inmediato copamiento
con miembros de las fuerzas armadas de la totalidad de las dependencias del
Ministerio, desde las áreas de administración y personal, hasta las de
educación del adulto o educación física.
El
sistema educativo representaba uno de los cuerpos más numerosos de la
administración pública nacional. Además, en los años anteriores al golpe, las
instituciones educativas habían sido escenario de procesos de radicalización
política, creciente presencia sindical y habían experimentado distintas
iniciativas de apertura de la participación de los actores escolares.
Concurrentemente
con este control ejercido sobre la estructura burocrática del sistema, la vida
cotidiana de las escuelas sufrió el impacto de la represión, los secuestros y
desapariciones, desde el inicio mismo de la dictadura.
En
alguna medida, estas políticas represivas, al menos en la dimensión
específicamente pedagógica, registran ciertas continuidades respecto de
gestiones educativas inmediatamente anteriores a la de la dictadura. El
ministro Ivanisevich había iniciado ya la persecución de docentes y el control
ideológico sobre el cotidiano escolar. La dictadura impuso, de todos modos, un
salto cualitativo al constituir estos elementos en el centro de su intervención
en el sistema educativo.
A
la desaparición y secuestro de estudiantes y docentes la acompañó la expulsión
de maestros y profesores, el control de los contenidos, la prohibición de
libros, el control de las actividades de los alumnos, padres y docentes, y la
regulación de los comportamientos visibles (ropa, cortes de pelo, etc.) que se
extendieron a lo largo de todo el período.
La
intervención sobre el currículum
Entre
estas regulaciones, las distintas gestiones educativas de la dictadura buscaron
la internalización de patrones de conducta que aseguraran la continuidad de los
valores tradicionalistas, y que evitaran el comienzo del conflicto en las
instituciones. Para ello, se produjeron entre 1977 y 1981 distintas
intervenciones en el currículum escolar de los niveles primario, secundario y
de la formación docente.
Estas
intervenciones más centradas en el control ideológico que en la promoción de
cierto orden de aprendizajes, tuvieron por resultado un vaciamiento de
contenidos educativos socialmente significativos.
Una
marca particular en el plano curricular fue la de evitar la participación de
los actores educativos en la definición del currículum. Los maestros y
profesores no debían intervenir en la enunciación de objetivos y contenidos,
sino dedicarse exclusivamente a la formulación de actividades de enseñanza, su
ejecución y evaluación.
El
currículum de los distintos niveles y modalidades fue reorientado en función de
una concepción esencialista de los valores, una imagen excluyente de la
familia, y un giro hacia el nacionalismo fundado en la idea de la defensa
nacional.
Asimismo,
el concepto de democracia dejó de ser mencionado en los distintos documentos
curriculares. La formación del ciudadano se definía en términos de obediencia y
subordinación, eliminándose toda referencia a las nociones de participación y compromiso.
En
este sentido, una de las modificaciones más notables que experimentó el
currículum de la educación secundaria fue el reemplazo de la materia Estudios
de la Realidad Social Argentina (ERSA) por Formación Moral y Cívica. En
general, se produjo una descontextualización de los contenidos curriculares, desligándolos
de las condiciones socio-históricas. Así, las modificaciones del currículum
implicaron una pérdida de significatividad, y un vaciamiento de contenidos, que
tuvo consecuencias en el largo plazo en un deterioro de la calidad educativa.
Transferencia
de escuelas primarias de la nación a las provincias
Desde
la Ley Láinez, en 1905, el Poder Ejecutivo Nacional estuvo facultado para crear
escuelas de su dependencia en el territorio de las provincias, a solicitud de
éstas, con el fin de garantizar la cobertura de la educación primaria. De
acuerdo con la Constitución Nacional de 1853, este nivel educativo debía estar
a cargo de las provincias, pero a lo largo del siglo XX se hizo evidente que la
escasez de recursos impedía garantizar la prestación del servicio educativo con
la sola concurrencia de esfuerzos provinciales.
A
lo largo del período 1905 – 1978, la expansión del sistema educativo argentino
estuvo motorizada fuertemente por la creación de escuelas primarias nacionales.
Esta expansión del aparato escolar tuvo como correlato la concentración en el
orden nacional de competencias técnicas, recursos económicos y educativos, y en
general, el crecimiento de un aparato técnico burocrático de administración,
evaluación y gestión. Fue notable desde comienzos de la década del 60, con la
creación del Consejo Nacional de Desarrollo (CONADE), la capacidad de
planeamiento concentrada en el orden nacional. La producción de estudios
diagnósticos y estadísticos indicaba tanto la especialización tecnocrática dela
burocracia educativa, como la existencia de un Estado con capacidad técnica de
planificar el largo plazo.
Desde
fines de la década del 60, al calor de la teoría del planeamiento, se produjo
un intento de transferencia de escuelas primarias nacionales al ámbito
provincial que fracasó. En 1968 solo se transfirieron a las provincias de
Buenos Aires, Río Negro y La Rioja por acuerdo de las propias provincias, algo
más de 900 escuelas. Una de las razones que dificultó en aquella oportunidad la
transferencia fue la oposición de las provincias a recibir las escuelas sin
estructura ni presupuesto.
Sin
embargo, diez años más tarde, en 1978, un decreto transfirió la totalidad de
las escuelas primarias nacionales a la dependencia de las provincias. Ya desde
1976, una resolución ministerial anticipaba la necesidad de acelerar un proceso
de descentralización, indicando a los inspectores y demás agentes nacionales
que debían coordinar sus acciones con las autoridades provinciales. Sin
embargo, esta mera coordinación distó mucho de constituirse en un programa de
fortalecimiento de las capacidades provinciales.
El
impacto de esta medida fue notable, y quizás fue la modificación estructural
más importante que dejaron las gestiones educativas de la última dictadura en
el sistema educativo. En este contexto, se transfirieron a las provincias 6.700
escuelas y 44.050 maestros. En 1977, el 32,4% de los establecimientos de
enseñanza primaria dependían del orden nacional y el 57,4% de las provincias.
En
1979, el 86,7% pasó a depender de las provincias, y la nación solo conservó el
0,9% (primarias dependientes de escuelas normales nacionales y otras
instituciones que contaban con educación primaria).
Esta
transferencia tuvo sus fundamentos en sentidos tecnocráticos y economicistas.
Buscó desresponsabilizar al Estado nacional del servicio educativo primario (y
por lo tanto de su carga presupuestaria) y racionalizar la utilización de los
recursos sin tomar en cuenta la calidad educativa. La desatención del Estado
nacional, sumado a las diferencias profundas entre provincias, significó un incremento de la
segmentación del sistema educativo. En 1980, las tasas de escolarización netas
por jurisdicción variaban, para la edad entre 6 y 12 años, entre el 80,8% en
Chaco y el 91,5% en Capital Federal, indicando una grave desigualdad
estructural que no fue atendida sino acentuada en el proceso de transferencia.
En
cuanto al aparato burocrático, la transferencia desmembró la estructura
administrativa entre las jurisdicciones, provocando en cada caso la
superposición de las propias estructuras provinciales con las recientes
estructuras transferidas. Una consecuencia inmediata, en este sentido, fue la
segmentación de cada sistema educativo provincial derivada de las diferentes
remuneraciones y regímenes previsionales que recibían los docentes provinciales
y aquellos que revistaban en los servicios transferidos.
Este
proceso contribuyó, además, a consolidar conducciones educativas provinciales
autoritarias, difundir mecanismos caudillistas y clientelares en el ámbito
educativo, y aumentar los costos educativos en el orden provincial, sin relación
con una extensión de la cobertura y la mejora de la calidad.
Actores
clave: los docentes en el período de la dictadura, la formación docente actuó
como agente reproductor y multiplicador de una concepción ideológico –
filosófica monolítica y verticalista. La formación docente fue una herramienta
clave para la intervención ideológica sobre el sistema educativo. La
reformulación del currículum docente efectuada en 1980 tomó como punto de
partida un diagnóstico de bajo rendimiento de la tarea docente. Esta
dificultad, que se observaba en otros países, en la Argentina, representaba un
caso de seguridad nacional. La solución a esto residía en la
“profesionalización” de los maestros. El concepto de “profesionalización” fue
clave en la intervención curricular de la dictadura en la formación docente.
En
primer término, el concepto de “profesionalización” era un modo de huir del
riesgo ideológico. La identidad profesional era un reaseguro contra la
“contaminación ideológica” de los maestros. Sobre esta base, los docentes eran
considerados como “expertos de la práctica”, y su rol se diferenciaba del de un
grupo selecto de pedagogos dedicado solo a pensar. El docente debía ser un
técnico experimentado, pero su tarea no consistía en la formulación de una
teoría pedagógica, lo que quedaba reservado a un grupo exclusivo de
intelectuales.
Al
desconectar la teoría educativa de la práctica, se facilitó la producción
teórica ajena a sus determinantes socio – históricos. Del mismo modo, se
simplificó la presentación de los saberes escolares como verdades. El maestro
solo debía dominar los requisitos técnicos específicos del acto de enseñar.
Esto era además, parte de la “garantía ideológica” que debía ofrecer la labor
docente. El saber docente fue burocratizado, y la actividad docente fue
sometida a una racionalidad administrativa. De este modo, la dictadura potenció
la variante tecnocrática de la formación docente, desarrollada desde años
antes, y con su expresión paradigmática en la Pedagogía por Objetivos. Por esta
vía, se buscaba la neutralidad del docente, concentrada en una ejecución sin
reflexión. En este marco, se instalaba la categoría del docente como
profesional, centrando su actividad en la eficiencia y la neutralidad.
Además
de esta intervención en la formación de los docentes, la dictadura tuvo una
preocupación clara en la reformulación de las plantas docentes, produciendo la
expulsión de maestros, o su cambio arbitrario de destino, vulnerando así una
tradición de derechos conquistados por los docentes. Una de las primeras
medidas en este sentido, fue la suspensión del Estatuto del Docente. Otro
aspecto saliente de la política dirigida por la dictadura hacia el sector
docente fue la prohibición y persecución de las organizaciones sindicales.
El
ataque a los sindicatos docentes también fue coherente con las formulaciones
prescriptas para la formación de los maestros. La creación de los sindicatos
docentes en las décadas de 1960 y1970 fueron tributarios de un amplio debate
sobre la forma que debían adquirir esas organizaciones. Los modelos que se
pusieron en discusión fueron los de una asociación profesional frente a la conformación
de organizaciones sindicales. Finalmente, con la conformación de CTERA esta
última fue la que primó. Allí, la discusión se ubicaba en torno al énfasis en
los aspectos técnicos de la tarea docente (en el caso de las asociaciones
profesionales) frente a una consideración prioritaria de las luchas por mejores
condiciones de trabajo y su proyección sobre la política educativa (como en el caso
de los sindicatos docentes).
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